martes, 30 de septiembre de 2025

La casa poblada de mujeres

 

Para La Voz del Interior

Una niña, escondida en un armario, descubre a dos cuerpos entrelazados por el amor, la agitación y los olores del sexo. Así abre la historia que transcurre en la casa-barco de Pablo Neruda en Isla Negra. Fue a comienzos de los años cincuenta, el chileno planeaba levantar allí una residencia para “jóvenes poetas de todo el mundo” que “pasarían unos meses escribiendo junto al mar”.

La famosa casa, hoy museo, sirve de albergue no sólo para Delia del Carril, esposa de Pablo, sino para Elisa y su madre Raquel, mucama del poeta. Elisa es quien narra, y de la mano de Delia, cruzará el umbral hacia la adolescencia fascinada por los movimientos de la casa, espiando a los adultos, cautivada por las luces y sombras de los objetos que Neruda colecciona, los olores del mar, los libros, las noches de estrellas y la gente que llega a la casa. Elisa construirá su identidad con esos retazos de realidad que le son dados, que la moldean y le revelan un secreto fundamental.

Los objetos, personajes, lugares y escenas que se encuentran en los márgenes de la novela son los afluentes de la trama y conflicto central al cual no se puede referir sin hacer spoiler. La carne que rodea al hueso, el agua que empuja la espuma del mar donde se sitúa la mayor parte de la historia contiene a los personajes reales, excepto algunos secundarios y algún detalle, que fueron parte de esta época fundamental de la literatura. Pablo será un fantasma apareciendo aquí y allá, de manera brutal a veces, infantil otras. No faltan las referencias históricas, las visitas a la casa de Victoria Ocampo en Buenos Aires, los viajes a París.

María Fasce, argentina radicada en Madrid, homenajea a las mujeres que habitaron ese reducto arquitectónico único y al genio que lo hizo posible de la misma forma que hacía posible la poesía. La mujer de Isla Negra se parece mucho a traducir o quizá traslucir la poesía de Neruda en prosa. La luz que entra por las ventanas de esta novela es encantadora.

Mi nombre es proscrito.

 La primera entrevista que le hice a Marco Tulio.

Marco Tulio Aguilera Garramuño  nació en Bogotá en 1949. De una forma muy parecida a la narrada en la novela Breve historias de todas las cosas (primera publicación de Garramuño), los Aguilera Garramuño fueron a parar, una vez muerto el padre y después de una serie de peripecias casi propias de gitanos, a San Isidro de El General, Costa Rica. De Costa Rica Aguilera Garramuño regresó a Colombia a estudiar en la Universidad del Valle en Cali. Allí cursó la carrera de Filosofía, mientras se dedicaba al atletismo como corredor de fondo, e inició su carrera de escritor.

Breve historia de todas las cosas apareció publicada en Ediciones La Flor en Buenos Aires en 1975 y fue elogiada de forma entusiasta por críticos de la talla de John Brushwood, Seymour Menton, Wolfgang Luchting, Raymond Williams, Germán Vargas, y por gran número de escritores, entre ellos Gustavo Álvarez Gardeazábal y Gabriel García Márquez.

De pronto se sintió desempleado y en la miseria, habitando un cuarto desastroso en el segundo piso del Grill Las Escalinatas, en Cali. Aprovechó la oportunidad para salir del país tras recibir una invitación de la Universidad de Kansas. La versión que explica por qué se dedicó a la literatura es la siguiente: se había entrenado para ganar una carrera importante de diez mil metros planos. Recuerda que su condición física era insuperable, pero ésta nada pudo contra la experiencia de otro corredor, quien administrando sus fuerzas lo dejó ir adelante, para dejarlo atrás en los últimos tramos de la justa. Tras el fracaso, abandonó su carrera atlética y se dedicó por completo a la literatura e inició estudios de violín, que lo acompañaron varios años.

Cuando salió para Estados Unidos llevaba unos cuantos cuentos y una novela que había sido comparada con Cien años de soledad, argumentos más que suficientes para hacerle sentir escritor a los 26 años de edad. Pasó dos años académicos en Lawrence, Kansas. La experiencia de Kansas le dio material para su novela Mujeres amadas. De Lawrence salió para Monterrey.

La experiencia en Monterrey le dio el material para su tercera novela, Paraísos hostiles. Como no tenía nada de dinero al llegar a Monterrey, se encontró viviendo en una novelesca casa de huéspedes que le sirvió como modelo para la dantesca casa de doña Bartola. Mientras vivía en Monterrey, presentó un cuento para el premio que ofrecía la revista La Palabra y el Hombre en Jalapa, Veracruz. Compartió el premio con Sergio Pitol y fue a Jalapa para recibirlo. Allí conoció al rector de la Universidad Veracruzana, Roberto Bravo Garzón, quien le ofreció trabajo. Así que en 1980 se mudó a Jalapa con sus pocas pertinencias, entre ellas un VW apodado Alimaña.

Las experiencias de los primeros años en Jalapa se narran en la serie de novelas que ha llamado El libro de la vida: constituido por Las noches de Ventura/Buenabestia, como primer volumen, La pequeña maestra de violín como segundo, La hermosa vida, tercero (hasta ahora publicados) y un cuarto volumen inédito que ha anunciado bajo el título de La plenitud del amor.

El dos de marzo de 1985 contrajo matrimonio con Leticia Luna Varela, natural de Orizaba, Veracruz. Esto ocasionó un cambio radical en su forma de vivir, y aún más el nacimiento de sus dos hijos, Héctor Javier y Sebastián, hechos que le han convertido en un hombre más tranquilo y regular en sus hábitos, aunque siguen su productividad literaria a un paso nada despreciable y su carácter polémico, así como su deportivismo, que a los 58 años lo mantiene activo en el basquetbol.

Aunque el enfoque de sus novelas no ha variado de forma evidente, ha abierto otras posibilidades para sus cuentos. En años recientes ha escrito cuentos infantiles que le hicieron merecedor del Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 1998.

La vida de Garramuño a lo largo de los años ha estado colmada de premios literarios y reconocimientos nacionales e internacionales. Su libro de relatos más conocido, Cuentos para después de hacer el amor lleva a la fecha once ediciones en Colombia, México y España. Su novela más reciente El amor y la muerte, publicada por Alfaguara, ha sido un clamoroso éxito de crítica.

Tal vez la razón por la cual Aguilera Garramuño no sea conocido como un autor de primera línea, con libros disponibles en todas las librerías de habla castellana, se halla en el hecho de que vive en la provincia mexicana, de donde sale poco, particularmente en los años más recientes. En la actualidad está trabajando en una larga novela titulada El sentido de la melancolía, obra que según el autor tiene a la fecha 1111 páginas y en la cual piensa trabajar varios años más.

Hace un par de años lo entreviste para la radio y hoy (relanzando Cosas de mimbre) me pareció pertinente contar con él:

¿Cómo escribís? ¿Pensas en una “obra” a la hora de escribir, o a eso lo ves después?

Cuando me siento a escribir es porque ya he rumiado un tema durante varias semanas. No pienso en el estilo o en la estructura. Todo viene después de que me he sacado la piedra del cuerpo.

Has sido un escritor muy crítico con ciertos cánones literarios, fuiste muchas veces en contra de lo políticamente correcto (en materia literaria), ¿cuál crees que ha sido el costo de semejante autenticidad?

Tengo por principio decir siempre la verdad y no quedarme callado ante la corrupción. Ello me ha granjeado muchos enemigos pero también muchos enemigos. Hay algo que ha fundamentado mis actitudes e incluso mis exabruptos: soy una persona muy seria y disciplinada. Cumplo puntualmente mis deberes en todos mis trabajos y por ello me he ganado el respeto de mi universidad. Además todo lo que he hecho en el campo de la literatura lo he hecho apasionadamente, a fondo y con enorme paciencia. El hecho de que grandes personalidades hayan manifestado respeto por mi trabajo les calla la boca a mis enemigos. De García Márquez a Rubem Fonseca pasando por grandes autoridades de la literatura, han expresado altos conceptos sobre lo que escribo. He recibido bastantes premios y reconocimientos que ni mis perores enemigos pueden soslayar. Así me he ganado una autoridad para poder expresar mis opiniones sin tapujos. A cambio de ello he recibido infinidad de ninguneos y rechazos. En muchos lugares y muchas editoriales mi nombre es proscrito. Lo que no me preocupa: el mundo es grande y si no me quieren en un lugar, en otros cinco me abren las puertas. El resultado es que soy un escritor marginal pero con una obra que no me parece marginal.

¿Cómo te sentiste en Colombia en las últimas visitas?

Cada visita a Colombia me hace sentir más colombiano. Disfruto de todo y también sufro de sus problemas. He pensado en regresar, como decía Donoso, como el león que ya viejo regresa a su cueva. Pero es un plan nebuloso, como otros planes fantasiosos que tengo: irme a vivir al profundo Amazonas y olvidarme de todo. Yo vivo casi como una veleta: voy a donde me lleva el viento. Pienso que en todas partes puedo ser feliz si dispongo de tiempo para escribir, leer y hacer deporte. Tras abandonar el básquet por una lesión ahora soy nadador máster. Hasta el momento he ganado medallas en todas las competencias en las que he participado. No hace mucho nadé cinco kilómetros en mar abierto entre Veracruz e Isla Sacrificios con un grupo de triatlonistas. Tengo una especie de delirio de superhéroe desde que me conozco.

¿Te sentís más colombiano o mexicano?

Me siento colombiano después de 30 años de vivir en México y eso no me lo perdonan muchos mexicanos.

¿Cómo fueron tus encuentros con Gabo?

Bien, muy bien, más o menos y mal. Todo eso lo he contado en mi blog La última vez que lo llamé no quiso hablar conmigo. Tal vez se enojó porque visité su casa con la imaginación, me entrevisté con él y escribí una crónica imaginaria de esa visita. Lo que sí sé es que le gusta lo que escribo y que tiene todos mis libros en un estante especial al lado de los de Mutis.

¿Quienes han sido tus maestros?

En mis primeros años Gabo y Poe, luego Dostoyevski, después Rubem Fonseca, Jorge Amado, Albert Camus, Mann y doscientos mil más.

¿Sos un lector de escritores jóvenes, ¿a quienes ves como referentes en el continente?

Por una especie de vicio leo muchos libros de escritores jóvenes. En este momento no tengo el nombre de uno solo que me haya impresionado como los grandes maestros. Hay varios ingeniosos, inteligentes, pero ninguno deslumbrante, del que sienta que puedo aprender. Bolaño me parece un invento para lectores mediocres.

¿Cómo te llevas con otros géneros, por ejemplo la poesía, ¿has escrito poesía, sos lector?

Leo poesía pero no sistemáticamente. Sólo una vez escribí un poema, pero era un poema utilitario, que buscaba acercarme a una mujer.

¿Abordamos diferente la lectura de un texto según el soporte en que se presenta, leemos igual un blog que un libro, por ejemplo?

No: el blog es apenas un aperitivo, una vitrina al mundo. Los libros son insustituibles. Sin embargo ahora he hallado una forma de disfrutarlos sin gastarme los ojos. Los escucho capítulo a capítulo cuando apago la luz por medio de audiolibros que están disponibles en la red.

¿Qué opinión te merece la literatura al estilo código Da Vinci?

No leo eso ni nada parecido. Me parecen libros para pendejos que quieren pasar por cultos.

¿Cómo ves el futuro del libro de papel?

Seguirán siendo el refugio de una especie de secta, como dijo no sé quién. Creo que la tecnología los superará como se superaron los casettes, los disquetes, los long plays.

¿Qué requisitos debe reunir un libro para volverte loco?

Que me obsesione y me obligue a leerlo lo más pronto posible, que tenga un estilo fluido, feliz y brillante como un curso de agua en un prado, que me diga algo que nadie ha dicho.

¿Qué es un buen escritor? ¿Y uno malo?

Un buen escritor es el que lo apuesta todo en cada libro. Un mal escritor no es ni siquiera escritor, es un farsante o un ingenuo.

¿Que opinás de los premios literarios, de los grandes y los pequeños, vale la pena concursar, qué consejos podés dar?

Me gustan mucho los premios porque dan dinero. Y el dinero me gusta. Me gustan también porque con algunos premios uno puede dar brincos para salvar las penurias de buscar editoriales. A mí me han dado bastantes y no me arrepiento de ello.

¿Que aprendiste de los talleres que dictaste?

Lo que me gusta de los talleres es acercarme a la gente joven, descubrir talentos y ayudarlos. Varios de mis pupilos hoy son escritores de respeto.

¿Que consejos básicos darías a escritores que recién se inician?

Que se opongan a todo, que peleen con todo el mundo, que lean como desesperados, que crean en sí mismos más que en Dios y que escriban. A escribir se aprende escribiendo.

Saliste de Colombia, ya formado y con un título universitario, viviste en Costa Rica e hiciste tu maestría en los EUA, pero te quedaste a vivir en México, ¿por qué México, por qué Jalapa?

Vine a México siguiendo a una mujer con la que tenía planes de casarme. Me instalé en Monterrey y allí hice los preparativos para casarme. Di clases de traducción en la Facultad de Idiomas de la Universidad de Nuevo León, fundé con Miguel Covarrubias y otros amigos. Descubrí que la mujer con la que quería casarme no era lo que yo creía y ella descubrió que yo no cabía en su mundo de rituales sociales. Recibí un premio de la Universidad Veracruzana que compartí con Sergio Pitol en 1979. El rector me invitó a trabajar. Me vine a vivir a Xalapa, aquí me casé, trabajé en la Radio Universitaria y ahora son académico y lector de la Editorial de la Universidad Veracruzana.

¿Conociste a Bolaño?, ¿cómo habría sido la relación entre este par de huraños, vos y él?

No conocí a Bolaño. Me parece un escritor sobrevaluado. No pude terminar Los detectives salvajes. Los cuentos de Putas asesinas son infames. Dos libros pésimos me bastan para descalificarlo de por vida. He escrito sobre este tema en mi blog y en la revista Siempre!

¿Veremos algún día a Marco Tulio haciendo ese gran fichaje para Alfaguara, Herralde, Planeta et al.?

Ya estuve en Alfaguara incluso tres veces: con El amor y la muerte, que fue finalista en el Premio Alfaguara; en Punto de Lectura, con Cuentos para después de hacer el amor y en Alfaguara Infantil, con El pollo que no quiso ser gallo, del que llevamos 30 000 ejemplares vendidos. Me peleé con Alfaguara a partir del Premio que le dieron a Poniatowska y no a mí. Dije que el concurso estaba arreglado y que lo que primaba era la comercialización por encima de la calidad. Por otra parte, a medida que me hago viejo, encuentro que publicar en editoriales independientes más hace más feliz: los libros permanacen.

(Cosas de mimbre, 2011)

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marginado al confín sureño

al oro dulce

irresoluto

fractal de su vagina el

laurel púber 

penetro


al pie de la cama

su ropa la mía

dos cuerpos

lanzados de un edificio en llamas


entre las piernas

pienso 

cómo ocurrió 


un burócrata del Paraíso

tocará el timbre 

la llevará de regreso

 

es un sueño y no sé soñar

siento la vida llamar

adentro


lunes, 29 de septiembre de 2025

Donde viven los muertos

 


Mientras nos condolemos y ponemos en Facebook banderitas del país de turno castigado por el terrorismo, y anunciamos el repudio por cualquier tipo de ataque que involucre una considerable cantidad de muertos, e insistimos en los treinta mil desaparecidos que dejó nuestra última dictadura militar; México sigue batiendo todos los récords de cadáveres y desapariciones absurdas sin que la prensa parezca notarlo. En la última década se registraron en el país azteca 155.000 asesinatos y 27.000 desaparecidos solamente relacionados con el narcotráfico. Los femicidios cuentan de a 2.500 muertes por año, siete por día solo en el D.F. A esto hay que sumarle cientos de miles de víctimas del tráfico de personas. La mayoría intentan llegar desde centroamérica a USA y si tienen suerte de no ser asesinados antes de llegar, serán tomados como esclavos en el campo laboral o sexual. Casi no hay un sólo caso que no esté relacionado con oficinas estatales, es por eso que muchos no titubean en describir a México como un narcoestado.

La literatura de ficción que aborda estos temas abunda, es que prácticamente no se puede escribir sobre otra cosa en México. La fila india, de Antonio Ortuño (1976), podría catalogarse como una más de estas novelas, pero no es así. Concentrado en el tráfico de centroamericanos y las oficinas teóricamente destinadas a protegerlos, el autor nos involucra en el día a día de quienes participan en atroces y episodios martirizantes con una prosa de múltiples voces que fotografían una sociedad que encarna, además y como si fuera poco, muchas otras formas aparentemente incontrolables de violencia y corrupción.

Antonio Ortuño fue finalista del Premio Herralde, traducido a diez idiomas y fue seleccionado por la Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. En esta novela registra cómo se descompone una persona según el lugar en el que le toca o elige vivir.

“Con mis cuentos tengo un afán de coleccionista”

 La narradora porteña Samanta Schweblin ganó el Premio Juan Rulfo 2012 y se consolida definitivamente entre los mejores escritores jóvenes de habla hispana. Asegura que la riqueza literaria en sus cuentos se halla en los límites y que, como escritora, ignora por completo los demás géneros.


Entrevista. La Voz del Interior, 2012.

Hace unos meses, en una residencia para escritores y traductores en Leding House (Nueva York), Samanta Schweblin, encerrada en su habitación sola y con su secreto, festejó a los saltos, rebotando de pared en pared con un grito ahogado. Momentos antes una llamada desde París intentó comunicarse con ella infructuosamente, enredada en las complicaciones tecnológicas de la receptoría del hospedaje. A la noticia la recibió por e-mail, donde le pidieron absoluta reserva. Un mes de silencio, de alegría contenida.

Con Others Lives de Tamer Animal en los auriculares, salió a caminar por Hudson -que es más o menos como darse una vuelta por Twin Peak-, concretando un festejo de lo más literario. Acababan de anunciarle que su cuento “Un hombre sin suerte”, el cual narra el encuentro entre una niña y un desconocido, había ganado el Premio Juan Rulfo, el más importante de habla hispana en el género cuento, dotado además por cinco mil euros.

Organizado por Radio Francia Internacional (RFI), el Instituto Cultural de México en París y la Casa de América Latina parisina, fue la última edición que llevó el nombre del célebre escritor mexicano, los organizadores accedieron al pedido de los familiares de Rulfo de retirar su nombre. El jurado, compuesto por el argentino Alan Pauls junto a Eduardo Ramos Izquierdo, Grecia Cáceres, Juan Villanueva Chang, Aline Schulman y Elmer Mendoza, recibió el año pasado 2.200 cuentos, provenientes principalmente de México (606), Argentina (374), Colombia (272), España (191) y Venezuela (103).

LA CHICA PRODIGIO

La alegría de la autora porteña de 34 años no tiene fin. Su primer libro de cuentos El núcleo del disturbio (2001), obtuvo los premios Fondo Nacional de las Artes y Haroldo Conti. Su segundo volumen de relatos, Pájaros en la boca (2009), fue distinguido nada menos que con el premio Casa de las Américas, se tradujo a once lenguas y fue publicado en veintidós países. Para rematar, en 2010, fue incluída por la revista británica Granta dentro de una lista con los 22 mejores escritores en español menores de 35 años.

A la hora de entrevistarla, Samanta Schweblin se encuentra en el frío berlinés disfrutando de los últimos cinco meses de una beca del gobierno alemán que aprovechó para un proyecto personal en cambio del planificado. “Haber sido premiada de tan chica me metió de prepo en el mercado — explica — , me refiero a las criticas, las entrevistas, la exposición, las ofertas de nuevos proyectos. Y como esto me asustó mucho huí despavorida y dejé bastante solo a ese primer libro. Tenía 23 años. Con respecto a la selección en Granta recuerdo que en mi adolescencia hubo dos o tres ediciones de la revista que se vendieron como saldo en los supermercados Carrefour, y creo que gran parte de los autores por los cuales me enamoré de la literatura norteamericana estaban listados en esas ediciones como las nuevas ‘promesas norteamericanas’. Así que, al menos a nivel personal y en recuerdo a mis propias lecturas, ser parte de una de esas listas fue algo bastante movilizador. Aunque también tengo que decir que, al menos en el plano editorial y en la circulación de mis libros este reconocimiento no marcó un cambio importante como sí lo hicieron, por ejemplo, el premio de Casa de las Américas, o las primeras traducciones”.

DE LÍMITES Y VELOCIDADES

“En el cuento que ganó el Rulfo, mi intención no fue tanto jugar con la ambigüedad acerca de las buenas o malas intenciones, sino evidenciar la perversidad del lector, que es la que hace posible la lectura más oscura”, señala Schweblin.

— Tus cuentos suelen arriesgarse a caer de lo verosímil. ¿Cómo conseguís tocar los extremos sin perder verosimilitud?

— Si se quiebra la verosimilitud, se quiebra la tensión, y si esto pasa, el cuento ya no funciona. Así que este es un problema en el que pongo prácticamente toda mi atención. Creo que es uno de los problemas más interesantes de la literatura porque es en este límite -donde más cuesta mantener un verosímil- donde también suceden las historias más fuertes y atractivas. En los géneros, los personajes y los tonos, lo más rico suele estar muy cerca de los límites.

— ¿Influyen de alguna manera tus estudios de las artes visuales en tu literatura?

— Supongo que sí. Me pasé los cinco años de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA viendo un promedio de veinticinco películas por semana, y estuve muy comprometida sobre todo con el montaje: cómo se cuenta una historia, qué se dice antes, qué se dice después, cuántos segundos sobran o faltan en una escena, cuánto cuenta una escena por su omisión, cuanto cuenta el ritmo de una historia, etc. Pero también creo que hay mucho generacional. Creo que nuestra generación tiene ya en su educación una carga visual que no tenían las generaciones previas, y eso se ve no solo en la literatura que se escribe, sino también en la que elegimos leer.

— Alguna vez manifestaste que escribís lento y poco. ¿Cuál crees que sería un promedio perfecto de ritmo en la escritura (y si querés también en la publicación) para cualquier escritor?

— Bueno, ideal sería un libro por año y además escribir como los dioses. Como cualquier pesimista obsesivo y exigente no puedo evitar añorar lo imposible. Con mis cuentos tengo un afán casi de coleccionista. Me gusta que mi carpeta de cuentos crezca, me gusta tenerlos impresos y a mano, me gustan siempre los últimos que escribo, me emociona enviárselos a mis amigos lectores, y ni hablar de sostener por primera vez los cuentos nuevos, recién salidos de mi impresora. Pero me programé a mi misma para quitarme cualquier tipo de ansiedad por publicar. La literatura es lenta, y hay que pensarla a largo plazo. Quizá sean estas mismas dos cosas las que la están desplazando poco a poco del mercado.

— ¿Por qué crees que el cuento no encuentra su lugar en el plano editorial?

— Los cuentos exigen mucho de parte del lector, y lo dejan solo unos pocos minutos más tarde. Como lectora encuentro que un buen cuento, incluso, anula el siguiente: no puedo leerlos de corrido, hay que darles espacio, hay que ser paciente. Como cuentista, y como fervorosa lectora de cuentos me cuesta entender como estas poderosas características pueden volverse desventajas, pero no tengo ninguna teoría al respecto, de hecho me desconcierta bastante.

— ¿Cuál es tu relación con otros géneros literarios, de haberla, como lectora y/o escritora?

— Como escritora, nula. Quizá esté equivocada y haya que programar de alguna forma las ideas, quizá haya que “prepararse” para abordar una idea como novelista, o como dramaturgo. Pero por ahora no encuentro la manera de hacerlo ni un interés especial por abordar estos otros géneros. Creo que las ideas que suelo tener se llevan mejor con el formato de cuento, y supongo que no cambiaré de formato hasta no encontrarme con una idea que exceda por completo las posibilidades de este género.

— Como cuentista y mujer, debés haber acumulado anécdotas curiosas ¿recordás alguna?

— La cereza del postre fue cuando, como un halago, un periodista dijo que mi voz narrativa parecía completamente masculina. Como cuentista tengo una que se repite con asiduidad: me preguntan qué escribo y cuando respondo “cuentos” dicen “¡Que lindo! ¿Para chicos?” No sé qué me molesta más, la idea de que este género solo pueda ser infantil o la palabra “lindo” asociada a cualquier formato literario, creo que es devastadora. Como escritora, como persona que “supuestamente” vive de la escritura -supuesto prácticamente imposible-, mi anécdota preferida ocurrió hace unos diez años atrás, cuando recién empezaba y la editorial española Siruela publicó mi cuento “Matar a un perro” en una antología de literatura argentina. Me pagaron -bajo todo concepto- 50 dólares, de los cuales la mitad se los quedó mi editorial argentina. Como no me mandaron ningún ejemplar, cambié mis 25 dólares a pesos y me fui a la avenida corrientes a comprar el libro, pero no me alcanzó.

Tres de Multiversal

 pálida 

chata 

virgen 

la libreta abre las piernas


amante aburrida que ni se mueve

 

arrojo el fósforo encendido 

la carne crocante del otoño

exhala 


huelo los versos








letanía de barrio

un envenenamiento general

un desacelerar liviano

de electrones

 

a lo lejos 

murmura una radio


sobrevivientes






la atmósfera plana 

esterilizada 

flameante 

disuelve 

borronea contornos 

satisface la materia dominga 

la noche anunciada en su caballo naranja 


sopla un viento nuclear 

pero despacio


domingo, 28 de septiembre de 2025

Una prosa irremplazable

 


Una recompensa espera a quien logre adaptarse al sincopado ritmo de Laberinto: la de haber leído una de las mejores novelas escritas en Córdoba en los últimos años. El lector no la tendrá fácil al comienzo. La desmesura de aliteración, rima, hipérbaton y los neuróticos golpeteos en el parlamento pueden colmar la paciencia de cualquiera; pero una vez aprendidos ciertos patrones lingüísticos en las primeras páginas, la novela no deja de sorprendernos en cada capítulo.

Florencio es un treintañero bibliotecario con un trastorno del espectro autista. Vive solo y sin amigos, desconfía de la historia familiar y cree que es hijo adoptivo porque su altura no coincide con lo que la genética dice, según lo que se conoce como talla Diana. Sus hermanos se burlan de él y su padre le inventa un síndrome llamado “del Laberinto” y asegura que los demás defectos personales se deben a un gen recesivo.

Con un entendimiento literal de la realidad, problemas para socializar, obsesiones, rituales y un lenguaje cargado de florituras y simetrías, Florencio irá en busca de su identidad. Su hoja de ruta será el buscador de Google. Allí encontrará no sólo los datos que necesita para su investigación, sino la traducción entre nuestro mundo sin Asperger y el suyo. “Soy Florencio y dudo de que ustedes sean mis padres porque son lindos y yo feo”, dice luego de pasar la noche googleando.

Augusto Porporato fue finalista del Premio Planeta y del Emecé en 2005 y en 2007, respectivamente, con su novela Punto de fuga, una biografía sobre la vida del genial Paganini. Esta, su cuarta novela, despliega una, en apariencia, pasiva historia ligada al pasado político del país de un personaje inolvidable.

Es una tragicomedia con escenas desopilantes y paranoicas, recuerda a El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon, o a la trilogía de Simsion, protagonizada por el también inolvidable Don Tillman, novelas que indagan sobre la vida de personas con autismo.

Laberinto es otra de las historias que nos ponen en la vereda de los neurotípicos, que nos llevan al hueso de la condición humana, algo que muchos autores desdeñan por no poder abordar. Porporato la tiende sobre la mesa de disección con la cadencia de quien parece no poder escapar de un extenso hip hop. Las combinaciones entre personaje, tono y trama generan un humor sórdido que multiplica el disfrute.

El autor cordobés ideó un desafío literario que parece imposible en los planes y, sin embargo, se mueve. ¡Y cómo! Al grado de que su prosa no podría ser reemplazada por ninguna otra para contar esta historia.