Papá se levantó con un huevo en la cabeza. Con los brazos caídos a los costados de la silla, frente al desayuno, nos mira sin creerlo. Mamá hurga entre los pocos pelos que le quedan sin poder creer lo que ve. No sé por qué dan tantas vueltas: Juliana y yo nos damos bien cuenta de que es un huevo, con cáscara y todo.
—Está calentito —dice mamá—, parece como si tuviera una vena o algo que lo une al cráneo —y tira del huevo para arrancarlo. ¡Qué asco!
A papá parece no dolerle. Ahora llama por teléfono a su trabajo, habla entrecortado y le cuesta meter una excusa para no ir.
—¿Por qué no decís que te salió un huevo en la cabeza? —dice Juliana—. ¡Cómo si fuera tan raro!
—¿No te parece raro, Juli? —la reta mamá y le hace señas de que cierre la mochila y vaya al colegio. Papá sigue con el celular, dice “bueno… bueno”, saluda y lo deja.
—Podría ser más raro, qué sé yo —insiste Juliana—, le podría haber salido un termo, o una corneta o cualquier otra cosa.
Los tres la miramos mudos. Se cuelga la mochila y cierra la puerta. Escuchamos el ruido de su bicicleta en la calle. Es evidente: los únicos inteligentes acá somos mamá, papá y yo.
—No voy hoy —digo—, tenemos que averiguar qué hace ese huevo ahí.
—¡Si vas, Matías! —mamá habla sin mirarme—. ¡Basta de faltas! Seguro es algún tipo de inflamación, ahora llamo al médico.
—Mami: tiene cáscara, es un huevo, no es del cuerpo humano, aunque esté pegado.
—Coman que yo llamo al médico, y vos no vas a salir así a la calle, Pablo.
Mi papá la mira triste. Es raro desayunar con él hoy. A diferencia de cualquier otro día, tiene un huevo en la cabeza. En la cabeza pelada y brillante.
—¿Puedo tocarlo? —pregunto.
—No, comé —mamá responde por él, papá está mudo.
—¿Y qué sentís, Papi?
Por fin parece que va a hablar.
—Nada, Matías —dice mamá—, comé y andá al colegio.
En el aula no presto atención. Pienso en el huevo. Juliana me busca en el primer recreo.
—Parece de gallina —dice.
—Nada que ver, es un poco más chico que el de una gallina, debe ser de perdiz, o algo así.
—¡Vos nada que ver! Los de perdiz son chiquititos y con pintitas.
—Será de algún pájaro que no conocemos, pero ¿por qué está pegado?
—Es alguna maldición, o algún monstruo. Yo vi en una película de terror algo parecido.
—Ammm, a ver ¿cuál?
—No me acuerdo, una que pasaron en la tele, tarde. Una noche en que no me podía dormir. Cuando el huevo se abrió salió un monstruo extraterrestre que empezó a tragar al hombre…
—No seas ridícula — le digo.
No veo la hora de volver a casa y ver si el huevo creció, o se descascaró, o cambió de color, o algo.
En el almuerzo todo sigue igual. Está el doctor. Nunca vio algo así, dice. Le saca unas fotos a la pelada con huevo, toma la temperatura (de papá y del huevo); lo pone a trasluz (al huevo), mira adentro, cierra el maletín y se prepara para irse.
—No tengo idea —dice—, hay que estudiarlo. Si le duele me llaman, si no, mañana estoy por acá para ver cómo progresa el cuadro.
—Es un huevo, no un cuadro —Juliana murmura el chiste sin éxito.
Comemos, por fin. Después del almuerzo miro a papá andar como zombie. Sale del escritorio donde intentó trabajar, va hasta la heladera, el baño. Ahora se ducha y ya desenrolló la manguera en el patio para regar a la tarde. Antes de entrar al baño llamó al Michi y no lo encontró. Ahora se tira en el sillón del living que da al ventanal del patio. Quiere estar tranquilo como si fuera un día normal.
—Es por el miedo y los nervios —dice mamá—. Por eso camina así.
Con Juliana pensamos que el huevo le chupa las fuerzas. Mamá nos manda a dormir la siesta y ella también se prepara para ir. Papá se va a quedar en el sillón a leer. Pero yo no me acuesto, prendo la compu y busco lo del huevo en Google. Juliana puso música en su pieza, mamá le grita que baje el volumen. Es raro, eso siempre lo grita papá, y más cuando lee en el living. Escribo en Google: “huevo en la cabeza”. No hay nada. Sale: “Beneficios del huevo para el cabello”; “Mascarillas de huevos” y “Elimina el dolor de cabeza con un huevo”. En las fotos tampoco sale ningún señor con un huevo en la cabeza; sí muchos con cabeza en forma de huevo, pero no es lo mismo. Busco pájaros. Uno sin color se llama Cuco. No es el Cuco que nos asustaba de más chicos. Es un pájaro que no vive en Argentina y pone los huevos en los nidos de otros pájaros, los engaña. Los pone de igual color, manchas o rayas de la especie dueña del nido. Cuando el cuidador no está, van y ponen los huevos. Son unos vagos bárbaros, así se ahorran empollarlos.
Juliana debe estar dormida, y mamá también. Miro el reloj, ya pasaron dos horas. Papá debe estar dormido, no lo escucho moverse. Voy a espiarlo, hay mucho silencio en la casa, no escucho ni los pelotazos del vecino contra la pared del fondo.
Camino despacio hasta el living y papá duerme tirado en el sillón con la cabeza sobre el apoyabrazos. Hay algo alrededor del huevo. ¡No lo puedo creer! Me acerco. ¡Es un nido! Miro bien. Es un nido común, los palitos y hojas son de la enredadera del patio. No sé qué hacer, afuera veo a un pájaro en el árbol al lado del asador. Debe ser ese. Lo grabo con el celular. El pájaro entra por la ventana y deja más ramas en la cabeza de mi papá que no se despierta, debe estar hipnotizado o algo así.
Son las cuatro de la tarde. Mi mamá cerró la ventana para que no entre el pájaro. Sentados en el living alrededor de mi celular miramos el video. Mi papá mira y lo miro mirar. Tiene ojeras raras, sigue zombi. El video tiene audio aunque no se escucha nada, sólo el ruido grueso de los videos en los que nadie habla. El pájaro es azul con fucsia en el cuello y cola larga que le cuelga si vuela. Ni parecido a un Cuco. Va y viene del patio a la cabeza de papá, arma el nido como cualquier otro pájaro. Termina el video, nos miramos.
—Alguien debe tener una explicación para esto —dice mamá—; pasame el video, Mati, voy al Museo de Ciencias Naturales para ver si alguien sabe algo.
—¡No, Gime —por fin papá habla—, cómo vas a andar por ahí con un video de un tipo al que le hacen un nido en la cabeza!
—¿Y qué querés que haga, Pablo!
—Nada, no hagamos nada. Esperemos a ver qué pasa, si total no me duele.
—Hay que hacer algo —mamá se impacienta más que papá—, esto no es normal ¿te das cuenta?
—Sí, amor, pero esperemos. Mañana vuelve el doctor, a lo mejor averiguó algo.
Nadie más habla. Prendemos el tele y mamá prepara la merienda. Papá casi no comió desde la mañana. Mamá trae la bandeja con té y leche, mermelada, panes y queso. Comemos en silencio hasta que papá dice:
—Gime, abrí la ventana. Veamos qué hace. Ustedes sientensé más allá y no hablemos, veamos tele.
Mamá abre la ventana y nos cambiamos de lugar, de frente a papá, como en un espectáculo. Enseguida mamá murmura “ahí viene; ahí viene”. El pájaro entra, pisotea el nido un rato y vuelve a salir. Trae más palos y hojas. A papá le sale una sonrisa.
—No te podés reír, Pablo, sos un boludo.
—Shhh —dice papá. Y el pájaro termina de picotear los bordes del nido y se sienta a empollar. Papá abre los ojos y la boca como si un hielo le hubiera caído adentro de la camisa por la espalda.
Mamá se pone nerviosa. Quiere ir al lavadero a buscar una escoba y espantar al pájaro.
—No —le dice papá—, no hagas nada, vamos a ver qué hace.
Juliana le saca fotos, sin flash, un montón. Mamá va al lavadero, no aguanta más. Papá me hace una seña de que la siga. Entro al lavadero y la veo apoyada en el lavarropas, llorando. Se pasa las manos por los ojos para sacar las lágrimas.
—Andá a saber lo que le hace ese bicho a tu padre… hay que llamar a alguien.
Mamá sale del lavadero, la sigo hasta su pieza, abre el cajón de la mesa de luz.
—¡Querés dejar de seguirme, Matías! Andá a ver a tu papá, o al pájaro ese….
Saca una caja y toma una de esas pastillas para los nervios. Me agarra de la mano y volvemos al living. Papá está serio, el pájaro sigue empollando. Mamá agarra el celular y llama a alguien. Papá la mira pero ella se va para hablar sola.
Mamá habla hace veinte minutos, no llora, atiende a lo que le dicen. Ya es la tardecita y por el ventanal el cielo es naranja. Mamá deja el celular y vuelve, le habla a papá.
—Llamé a la Facultad, hablé con Carina, ¿te acordás? mi excuñada, la zoóloga —papá no la escucha—. Dice que es increíble y que mañana viene. Me sonó raro que me creyera al toque, pero bueno. Dice que no se le ocurre nada, que lo único que puede ser, aunque suena loco, es que tu cabeza segregue algún químico con olor similar a la resina donde esos pájaros hacen sus nidos y que se haya confundido. Me pidió una foto.
Entonces el pájaro levanta vuelo, deja el nido, se va del patio, vuela alto. Papá abre los ojos. Mamá corre a su cabeza. Toca el huevo, lo empuja.
—¡Se despegó, Pablo! —grita.
—Agarralo, ma —Juliana se acerca a ver.
—No me animo.
Papá levanta la mano, hurguetea el nido y agarra el huevo. Lo mira, lo pone a trasluz y no ve nada. Mi mamá mira en el nido vacío.
—No está la vena, ni un agujero, ni tenés lastimado —le dice a papá—. No hay cicatriz, nada.
Mamá levanta el nido y lo saca al patio. Papá lleva el huevo, le ayuda a mamá a subir el nido en el árbol, después ponen el huevo adentro y acomodan mejor las ramitas caídas por el camino. Vuelven, discuten si hicieron bien o mal.
Las nueve y media de la noche. Papá está bien, mamá mucho mejor. Comemos unas pizzas sentados mirando al patio, al nido. No pasa nada. A mamá le llega un whatsapp. Es de Carina, ese pájaro no figura en ningún lado, mañana averigua más, pero seguro de esta región de América no es ni a palos.
Vemos al Michi trepar al árbol.
—¡Se va a comer el huevo! —grita Juliana—. ¡Mamá, traé la escoba!
Mamá corre al lavadero y sale con la escoba como ese dibujo que vi de un caballero con la lanza para matar al dragón.
—Fuzzz, Fuzzz —le grita al gato. La escoba no es un buen arma.
El Michi, agazapado como los tigres antes de atacar, le tira zarpazos al nido.
—Fuzzz, Fuzzz ¡Michi!
Entre los escobazos y el ataque del Michi vemos caer al huevo. Lo veo en cámara lenta aunque cae a velocidad normal. Pega en las baldosas. ¡Flnsh! Se rompe. Se desparrama como cualquier otro huevo. Nos levantamos y salimos a ver. Papá y mamá se miran sin saber qué hacer. Juliana dice “Comamosló” y no le respondemos porque ya no sabemos cuando habla en serio y cuando no.
—No lo toquen —dice mamá—, vamos adentro a ver si vuelve el pájaro. Mañana lo limpio.
Comemos postre. Ensalada de fruta. Papá y mamá no se lavaron las manos. Están locos, esto del huevo los tiene locos. Terminamos y ya hay que ir a dormir. El pájaro no vuelve. Mamá no sabe si ir a limpiar ahora o mañana, dice. Papá no quiere saber más nada.
—Juntalo ahora y tiralo a la basura —le dice—. Al nido también.
Mamá agarra la escoba, el basurero y la bolsa. Nos vamos a dormir. Juliana se acuesta y yo busco algo para leer. Escucho a mamá entrar a la pieza y decirle a papá “ya está”.
No tengo sueño, no me voy a dormir muy rápido, voy a pensar en el huevo, y seguro voy a soñar pesadillas. Seguro sueño que el pájaro vuelve y aterriza en la ventana a mirarnos con ojos diabólicos. Seguro despierto transpirado.
No soñé nada. Dormí mucho, escucho que hablan en la cocina. Voy a desayunar y papá no está. Mamá dice que está en el baño. Juliana hace media hora que está parada en la puerta de la heladera abierta sin saber qué buscar. La retamos. Entonces escuchamos un alarido horrible desde el baño y papá llega pálido. Lo miramos, en silencio. No se puso la camisa todavía, tiene unas cosas rosas en el pecho, raras.
—¡Son tetas de vaca! —mamá se tapa la boca al decirlo.
—Se dice ubres, ma —murmura Juliana con los ojos grandes—, ubres de vaca.
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