jueves, 4 de septiembre de 2025

Globos cósmicos



Por la ventana del laboratorio, Silvano ve jugar a unos chicos entre los árboles de la vereda. El ojo y la lágrima se reflejan en el vidrio. Llora porque los recuerdos le están invadiendo la cabeza sin permiso. Por ejemplo los del colegio primario, cuando después de pensar un lugar ideal para guardar la llave del cofre con la recaudación de la Kermesse, propuso que el mejor lugar era adentro mismo del cofre. Pasaron cuarenta años de aquel papelón, pero aún lo deprime. Grita y golpea la cabeza contra la mesa. No sabe qué hacer de su vida. Ya no espera tener una idea genial que lo convierta en inventor, cree que tiene que rendirse, y eso lo tiene mal esta mañana.

Silvano recuerda sus creaciones posteriores al colegio: el sacapuntas para lapiceras, tan inútil como el martillo de vidrio para ver donde clavar, y no, como sucedió, para hacerse añicos al primer golpe. Junto a lapiceras mutiladas y pedazos de martillo molido por todo el laboratorio, Silvano pasó los años de adolescencia con inventos igual de inútiles: el piyama con gusto a pizza, las boleadoras para bicicletas y el peligrosísimo hamster radioactivo. Nada funcionó, fallaron antes de llegar a los prototipos y muchas veces estuvo cerca de morir por fabricar alguno de ellos.

Ahora, frente a la ventana, siente que cambiará de rumbo y buscará un trabajo común y corriente para olvidarse de lo inútil que resultó como inventor. Basta de Edison, de Da Vinci. Es hora de trabajar en un banco contando billetes como un robot o barrer las calles de la ciudad antes del amanecer. Cualquier cosa le vendrá bien para olvidar su sueño.

La brisa de la tarde lleva las hojas secas a otros barrios y el sol baja por la ladera del cerro. Los techos forman sombras largas de sobre la calle, son dedos lúgubres, le arañan el alma. Ve pasar a algunos chicos que van a un cumpleaños, llevan bolsas de Chizitos. Silvano recuerda cuando iba a esas fiestas. También llevaba Coca-Cola, o una bolsa de chizitos, o Cheetos, como le dicen ahora. O sea: maíz inflado. Porque los Cheetos no son más que eso, piensa con bronca, maíz inflado. Alguien lo invento un día y se hizo rico. A alguien le vino a la mente esa bobada de invento y no fue a él. ¡Inflar maíz, qué estupidez! A cualquiera se le puede ocurrir. Pero no se le ocurrió a él, y eso le duele. Se odia, la envidia le hincha la vena del cuello. Golpea la cabeza una vez más contra la mesa. Sentado sobre la garrafa de helio, mete en su boca la manguera y aspira un poco del gas. Sale la voz aguda: “Hola, soy Silvano, un niño soñando ser inventor. Soy estúpido y por eso creo que alguna vez voy a inventar algo y hacerme famoso”

Entonces, como si la ventana se oscureciera y el laboratorio bajara la luz automáticamente dejando sólo iluminado el garrafón, a Silvano le crece la idea genial. La idea se abre como un paraguas en el cerebro. ¡Flup! La idea tiene olor, color, y puede tocarla; da vueltas, la ve desde todos los puntos de vista, flota y parece hablar, la idea es chillido de helio: “¡Lo encontré, lo encontré!”.

Tira al piso lo que hay sobre la mesa como si la limpiara de migas y baja unos libros de química del estante alto de la biblioteca. Enciende la tablet y busca cosas en Google, dibuja cálculos, llama por telefóno y, después de varias horas, el invento está listo: los Cheetos voladores. Maíz inflado con helio para que vuele.

Piensa en llamarlos: “Los Cheetos levitantes”, “Snacks antigravedad” o “Chizitos espaciales”, ya verá. El funcionamiento es simple: dentro de la bolsa los Cheetos se agruparán en la parte superior empujándola hacia arriba ayudados por el agregado de helio en la propia bolsa. Como levita, la venderán con un hilo, como un globo-bolsa. Acaba de decidir el nombre del producto: “Globos cósmicos” y no tiene dudas de que será un furor.

Después de trabajar con ingenieros y una marca de snaks que se interesó en su idea, los Globos Cósmicos empezaron a venderse y, efectivamente, son un furor. Silvano ahora es rico, y famoso. Dos empresas lo contrataron para trabajar como creativo, da entrevistas en muchos medios de comunicación, clases en colegios secundarios y publicó libros sobre cómo llegar a ser un inventor.

Las personas usan el Globo Cósmico de muchas maneras: cuando se cansan de llevarlo como un globo común, lo bajan enrollando el hilo y abren la bolsa o la agujerean, aspiran helio y hablan chistoso para reírse. Comer los Cheetos es lo de menos, a veces las ganas de liberarlos al cielo es más fuerte. Es un snack fantástico. El helio no es tóxico, ni inflamable. Los nuevos Cheetos son un juguete como casi toda la comida que venden hoy en las tiendas. No es muy fácil abrir la bolsa y eso a la gente le encanta porque se rompe y los Cheetos salen volando. Hay competencias y apuestas para ver quien caza más con la boca y a los saltos mientras vuelan, incluso en concursos de la tele. Una publicidad muestra a un chico abriendo una bolsa en el balcón de un departamento, los cheetos se elevan y la chica del piso de arriba, en su propio balcón, los va cazando como si fueran besos del chico.

Los Globos Cósmicos se venden más que nunca pero nadie recuerda a Silvano. El inventor está viejo, vive con la mujer y el hijo en una casa de Chile retirada del ruido de las ciudades; ya no inventa. Lee y escucha música, arregla la casa, mira videos de youtube y a veces un poco de tele. No le hace caso a las noticias de personas muertas por asfixia, tampoco le da importancia a los primeros incendios de bolsas y del depósito grande para vender en otros países. Sabe que el helio es muy caro y muchas fábricas inflan al maíz con hidrógeno, y a las bolsas también. El hidrógeno es muy barato, pero inflamable. Los incendios crecen en cantidad. También leyó que en Europa prohibieron el producto, y en los territorios en guerra usan las bolsas como bombas incendiarias.

Una vez al año realizan en Coronel Pringles la famosa Suelta de Cheetos. Por las noches del 28 de Enero, sus fanáticos se reúnen y sueltan centenares de bolsas al cielo. A la mayoría les encienden el hilo para que el fuego las haga visibles en lo alto de la noche. Vuelan como los globos de navidad y año nuevo. Cuando las bolsas se queman los Cheetos caen en llamas. Son bolitas verde-azuladas, lejanos paracaidistas brillantes en el horizonte, como mil luciérnagas. Caen en los campos cercanos incendiando maizales. Silvano sigue el evento por televisión.

Allá van sus Cheetos, altos y lejos, viajando como ideas, pequeñas malas ideas desapareciendo en lo oscuro de la noche, quemándolo todo en su caída.

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