¡Pauli, sos más mala! Te escribo porque ya estoy harta. Desde que te asustaste la última vez, ya casi no dejan abierta la puerta del sótano. ¡Y no puedo subir a comer ni a tomar agua, ni a nada, nena! ¡Ni hablar de lavarme la cara o bañarme! Y si antes yo te parecía un espanto, pálida y flaca, imaginate ahora. Debo estar desnutrida y hace mil años que acá no entra el sol, así que un esqueleto debo estar, más que la última vez que me viste. Lo que sí sé es que estoy anémica. Hoy me miré los párpados por adentro en el espejo y los tengo secos, el médico un día me lo enseñó para cuando quisiera saber si me falta comer más lentejas. No quise mirar mucho en el espejo porque tenía la cara un poco demacrada y sucia, por eso también me da vergüenza que me vean. ¡Pero abrime la puerta, mala! Ya sé que no hay que aparecerse de noche así como un espectro, pero es que desde que tenía que esperar a que se olvidaran la puerta del sótano abierta para subir a bañarme y ponerme linda pasaban muchos días y estaba feísima, no quería que me vean así, por eso andaba en puntas de pie por los pasillos a la noche, además para no despertar a la mami y el papi.
¡No hacía falta que gritaras como loca cuando me viste y armaras ese escándalo! ¡Y ni me escuchaste, mala! Como las otras veces que te fui a despertar para jugar, no entiendo por qué de un día para otro me dejaste de hablar y no me dejás dormir en mi cama y el papi y la mami hacen como que no me ven, pasan al lado mío como si no existiera y yo los acaricio y les hablo y me largo a llorar porque me pongo muy triste que todo esto esté pasando.
¡Ahora estoy llorando! Y ustedes están asustados caminando por toda la casa como si nos les importara que yo esté llorando. Los quiero mucho y no sé por qué me hacen esto, y desde que les dijiste que me viste salir del sótano cerraron la puerta para siempre. ¿Es para siempre? ¡Enserio, tengo mucho hambre y a veces siento como gusanos en la piel que me comen! Deben ser algunos bichitos porque hace mucho que no me baño. Pero estoy linda con el vestidito blanco y la cruz que me regalaron para la comunión. Todas las noches le hablo a Dios para que me escuches, y él me dio la idea de escribirte, porque así no vas a salir corriendo. ¡Además, nena, vos te asustás por cualquier estupidez! Pero te quiero, hermana, y te necesito. ¡No entiendo lo que les pasa! La mami y el papi también se espantan por cualquier cosa. La última vez le jugué una carrerita a la mami hasta el baño y abrí la canilla para ganarle a lavarme las manos y se quedó como petrificada mirando la canilla como si se hubiese abierto sola y después gritó. Llegó el papi corriendo y entró al baño como si no me hubiese visto y la mami gritaba:
—¡Otra vez! ¡Está pasando otra vez! Tengo miedo, ¿qué vamos a hacer, Carlos?
Está loca, pobre. Yo no entendí nada, están todos muy miedosos y no me dicen de qué: la noche que me dolía mucho la panza fui a la pieza de ellos, y se hacían los que no me veían pero bien que miraron a la puerta cuando la abrí, porque estaban despiertos todavía y yo les dije que no era chiste, que me dolía mucho la panza, pero se abrazaron y se agarraron de la colcha, y yo quería un té de boldo, pero ni me contestaron. Agarré la colcha y se las saqué de la cama. ¡Tenía una rabia! Y más cuando salieron corriendo.
Quiero que estés al lado mío, Pauli, y me peines como antes, porque ahora me peino sola acá en el sótano, medio a oscuras. Ah, y otra cosa: esa señora que trajeron a la casa, la señora rara de pelo lila que enciende velas y reza y todas esas cosas y por ahí dice mi nombre… te aclaro que les está diciendo un montón de mentiras de mí. Yo no quiero que se vayan de la casa, yo quiero seguir viviendo con ustedes pero que me digan qué hice mal, por qué ya no me quieren y me ignoran, o se asustan. Por ahí se asustan porque ven fantasmas o algo así, a lo mejor me sigue algún fantasma que yo no veo y ustedes sí y por eso salen corriendo y llamaron a esa mujer.
Pero no deberían tenerles miedo. Los fantasmas no son malos como en las películas. Son gente muerta que quiere un poco de afecto, y amor, o que la ayudes con algo, como ahora yo, Pauli, que necesito ir al baño, comer, bañarme y acostarme en tu cama calentita como esas noches de invierno en que dormíamos juntas y siempre me decías que me iba a curar; que tenía que tener fé. ¿Te acordás?
Bueno, te dejo, me duele mucho la panza de nuevo. Te doblo la carta y la tiro por abajo de la puerta. Abrime, mala, así puedo subir a verlos.
Agos.
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