Mi hermano empezó a convertirse en planta un verano a la tarde. Salió de la pileta, camino mojado hasta el sillón del living, agarró el Joystick y apretó start al GTA. Desde entonces hasta terminar en arbusto, lo único que hizo fue mover los dedos y comer lo que le llevábamos.
Dormía a cualquier hora y a la semana ya no respondía ni las preguntas de mi mamá. En el juego robó su auto preferido y lo cuidaba como si estuviese en la vida real. Se ponía muy nervioso si lo baleaban y usaba muchos trucos para sacar armas de guerra y tirar a cualquier cosa. Eso lo sé porque al principio le presté atención; a los días ni me importó y a las semanas a él tampoco: no completaba las misiones, exploraba la ciudad, quemaba helicópteros, buscaba errores de programación.
Papá y mamá no pudieron hacer nada para sacarlo de ahí. La transformación fue muy rápida. El médico lo vio cuando le salieron los brotes de las orejas y las uñas agujerearon el parquet como raíces.
—Pasó que su hijo —dijo el doctor mirando a mi mamá— estaba mojado; el viento con tierra del patio entró por la puerta abierta y formó un barro fértil en algunas partes de su cuerpo. En la tierra había semillas de los pinos, y germinaron. De haberse bañado, esto no pasaba.
La culpa la tuvo mi hermano, que no quiso dejar de jugar, ni bañarse. Estábamos en vacaciones y a papá y mamá les convenía dejarlo frente a la tele, de esta forma no molestaba. El problema fue volver al colegio. Las raíces le impidieron levantarse y la piel estaba cubierta de hojas. El doctor vino otra vez y explicó que el sistema circulatorio, digestivo y otros que no me acuerdo, estaban mutando al vegetal y era peligroso moverlo.
Le sacamos el Joystick enredado en los brotes y mi papá apagó la Play; y también sacó la partes de cuero del sillón para que la planta, o mi hermano, se pudiera aferrar bien a la madera. Lo miramos. Era un pino mediano. De a ratos se bamboleaba y mi mamá corría feliz a abrazarlo.
Una mañana mi papá entró al living con palas y un hacha. El árbol estaba gordo y alto, y mi papá iba a sacarlo. Mi mamá gritaba como loca. Para ella era un descuartizamiento. Mi hermano crecía rápido y ocupaba casi todo el living. En horarios en que mi mamá se iba, mi papá lo podaba un poco.
—¿Y qué vas a hacer, Roberto? —lloraba mamá mirando el hacha—. ¿Hacharle los pies y los brazos y tirarlo a la calle como basura?
—No, Norma. Podemos trasplantarlo al patio, donde tenga más lugar.
—¡Pero le vas a hachar las rodillas, Roberto! ¡Mirá los raizones que tiene!
Mamá ganó la discusión. Sacamos las demás cosas del living, mi hermano siguió creciendo sin molestias, aunque mi papá no aceptó la idea de sacar el techo para dejar entrar luz. Mamá le hablaba todos los días, no como a las plantas, sino como a un hijo, fue difícil convencerla de no vestirlo ni darle comida de humano, sino regar las raíces. En invierno fue la pelea fuerte. Mi papá le gritó a mi mamá que una manta bastaba para abrigarlo.
—No hace falta dejar el calefactor prendido la noche entera por un pino, Norma. Además los pinos se aguantan el frío.
—¡Ese es el problema, Roberto! ¡Qué para vos es solo un árbol!
—¿Y qué es, Norma, decime? ¿Tiene piernas? No. ¿Tiene brazos, cabeza, piensa? No.
—Qué sabés si no piensa…
—Norma, por favor…
—¡De ninguna manera voy a ponerle una manta a mi hijo —le gritó a mi papá—, además bien cara que la pagué a esta campera, se la ponemos y listo.
También había comprado medias de lana que no sabía bien dónde poner.
—Es un pino, Norma —mi papá levantó la voz—. ¡Un pino! No les hace nada el frío. ¡Nunca viste un pino lleno de nieve!
—Es las dos cosas —dije, y se dieron vuelta.
—¿Qué?
—Qué es las dos cosas: humano y árbol.
Se miraron… y entendieron. Era lo mejor: tratarlo como humano, y árbol. Así que jamás lo movimos de ahí y sigue bien. Es un pino grande, finalmente sacamos el techo, lo sobrepasó. Cerca de donde había tenido los hombros, unas palomas hicieron el nido. A la noche varios murciélagos duermen más arriba. Una madrugada me levanté a la heladera a buscar agua y salieron volando. Eran albinos, de los que cazábamos con mi hermano en el campo.
En Navidad llenamos al pino de adornos y luces (mi mamá tiene terror de electrocutarlo) y ponemos los regalos abajo y lo abrazamos, cantamos alrededor suyo y comemos. En el brindis le tiramos un chorrito de sidra y le deseamos Felices Fiestas. No le ponemos estrella en la punta porque con solo mirar para arriba, se ve todo el cielo estrellado y lo feliz que es.
miércoles, 10 de septiembre de 2025
Feliz Navidad, hermano.
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