Estamos en la casa de la Clarisa, cumple los doce. Todos los chicos usan perfume menos yo. Las chicas mastican chicles, tienen rico aliento y se ríen. El living parece el boliche. Hay una pelota de espejos, y la madre nos sirve Coca-cola y después se va. Nos deja solos. Bailamos. A la tarde sacaron los muebles del living y pusieron estos bancos de cemento del patio. Al frente se sientan ellas y nosotros de este lado. De a ratos bailamos Marcha. Es la música del boliche. El Paco me enseñó a bailar: sacás un pie al lado, lo ponés de nuevo al medio y hacés lo mismo con el otro. Es re-fácil. Los que tenemos el pelo un poco largo nos hicimos un bucle atrás. El Paco lo tiene mucho más largo que yo, en el colegio se la quieren cortar. Pero no les hace caso, total en un mes terminamos y listo.
Yo no quería venir a la americana, no me invitaron, pero el Paco me hinchó las bolas y ya estamos acá, de colados. El único pantalón que encontré es este Adidas de gimnasia gastado lleno de bolitas de tela. Traje dos bolsas de chizitos y una Fanta, como disimulando que me colé. Estoy aburrido, no veo la hora de que pongan algo en la pantalla gigante esa. Nunca vi algo en una pantalla gigante. Está buenísima.
Hoy fuimos a espiar a la vieja Rossetto. Hacía mucho que no la encontrábamos en la despensa, ni andando por la calle en la bici. Resulta que tiene panza. La preñaron, como dice el Paco.
—Por ahí cuando la vieja te dio el beso —me dijo el Paco—, ya tenía el bebé adentro, no sé.
No bailo más, pienso muchas cosas. Pienso en eso y en la Caro, que se va a ir después del colegio. También pienso cómo le pido a mi papá la computadora: sale mucha plata, como veinte veces lo que gana por mes.
El Paco quiere bailar, pero no quiero. La Marcha es muy aburrida, siempre lo mismo, no como la Lambada. Además las chicas tienen pantalones y algunas usan corpiño. Si las mirás bien, peinadas y con los ojos y los labios pintados, parecen la Marina Rossetto. Se hacen las grandes. El Pelusa viene y quiere mandarse por los pasillos de la casa y subir al primer piso a ver si encontramos el pool. Le digo que no tengo ganas de hacer nada.
—¿Sabías que el Paco se pajea y saca agüitarroz? —me dice.
—¿Qué?
—Los otros días nos hicimos la paja con el Paco, y empezó a gritar y le saltó leche por el pito. Pero dijo que era agüitarroz. Es lo que sale antes de la leche. Si vos seguís, después sacás la leche.
—A mí me dijeron que el Paco se culió a una, pero es mentira.
—Sí, el Paco a veces las clava…
La madre de la Clarisa trae la bandeja con los panchos y nos da uno a cada uno. La Clari prende la pantalla y pone en la video un casete de bloopers. Todos se rien. Como un pancho y me cago de risa del video de un viejo que corre para abrazar al nieto, resbala en el hielo y se cae, después patina y lo levanta por el aire al nieto. El pibito cae de cabeza y el viejo sigue patinando y pega contra una puerta de vidrio y se agarra la cabeza de dolor.
Los de la mañana vienen del patio y nos morimos de risa con los bloopers. Terminé el pancho y voy al baño, tomé mucha Coca. Vuelvo, no hay más bloopers, bailan de nuevo. El Paco revuelve un cajón donde hay muchos casetes de videos del padre de la Clarisa.
—Mirá —dice.
No alcanzo a ver.
—Los Bee Gees —me dice. Y lo pone.
Miramos. Nunca vi un video de los Bee Gees. El Paco se ríe. Los Bee Gees bailan, y el Pelusa también se ríe y dice:
—¡Son todos putos, éstos! ¡Mirá cómo bailan, y la ropa!
No les doy bola, en la pantalla el Bee Gees que antes creía que era mi papá, tiene la camisa abierta, el pecho lleno de pelos y canta finito, bailando con un pantalón que le aprieta los huevos. El Paco y el Pelusa me empiezan a pegar tincazos en la oreja y dicen ahí está tu viejo, mirá, mirá. Los odio a los culiados estos, me voy.
Afuera la Caro está hablando con el Lucas en el pilarcito y ni saludan. Me subo a la bici y me vuelvo al mango a mi casa.
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