Es posible que Helga no conozca el origen de sus muebles,
sus composiciones, sus posiciones históricas,
sus limitaciones y posibles desvinculaciones
con los espacios que habitaron en su recorrido,
por lo menos los que no son nuevos
y los flamantes traídos para esta casa:
un misterio en crecimiento,
un amoldarse a culos y pensamientos.
Cada uno de ellos -lo sabe Helga
cada vez que corre las cortinas para limpiar por la mañana-
tienen una relación de linaje con la luz
que escribe en sus pieles de cuerina, tela,
cuero y tafetán, antiguos mandatos de inocuos dioses
que poseen los retazos de animales y vegetales
que se convierten en cosas, como Helga
cuando se casó y dejó que su marido
comprara cada uno de esos cansinos animales
que pastan en su living.
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