En la placita del barrio hay una casilla blanca y un teléfono adentro. No se aguanta el olor a meada. Si apretás cuatro veces el cero, te atiende el Negro Moreno y te comunica con otros chicos que apretaron el mismo número en otro lugar del mundo. Nos tocaron unas de Salta de vacaciones en la casa de los primos en Río Negro, muertas de frío. Son hermanas, Lorena y Andrea. A cada rato dicen palabras salteñas raras. No sabemos dónde es Salta ni Río Negro. Lo más lejos que fuimos es a un monte entre nuestro barrio y el Hípico a entrampar amarillitos. No atrapamos ni uno, los pedazos de pan estaban en las tramperas y no salíamos del monte. Nos entró el miedo, y el Paco señaló para el otro lado. Las zapatillas nos sacaron llagas y nos sentamos. El Paco se sopló el flequillo.
—Si nos agarra la noche —dijo—, vamos a tener que comer los pedazos de pan y dormir acá.
Se me hizo un miedo en la panza, pensé en la mami y en las víboras. Caminamos un rato más, descalzos, esquivando espinas. En el campito nos pusimos de nuevo las zapatillas y corrimos hasta unos tinglados llenos de jaulas con conejos. El Pelusa dijo que ya estábamos en otro pueblo y se largó a llorar. Vimos a un hombre con la escopeta. El Paco se trepó al techo. El hombre se nos venía.
—Allá está el barrio —gritó el Paco—. No, pará. Sí: es el barrio, allá lejos —y saltó. Corrimos y nos metimos en el monte.
—De acá derecho —dijo.
Lo seguimos de vuelta sin frenar una sola vez. Respirábamos muy fuerte.
Como ahora, que en la casilla del teléfono hay que respirar fuerte por la boca para no sentir el olor. Río Negro parece lejos. El Paco no les cuenta eso a las chicas, les pregunta si están de novias o cómo les gustan los chicos. Se ríen, las boludas. Para mí, Lorena —la de la voz más linda— tiene pollera turquesa y vincha lila igual a la de Carolina Papaleo en la novela Una voz en el teléfono. A la Caro le gusta esa novela. Debe ser porque se llama como la actriz. Cuando dieron el capítulo repetido y fui a comprar chicles, pasé por la ventana de su casa y vi las dos colitas atadas y la jarra de leche en la mesa. En la tele, Raúl Taibo hablaba por teléfono en un baño. Les pregunto a las salteñas si ven esa novela. No escuchan, el Paco no suelta el tubo. Pegamos la oreja. Según el Pelu, a las chicas les gusta contestar cualquier cosa: cómo se lavan el pelo, o si tienen hermanos -y hay que dejarlas hablar de los hermanos- o si les gusta el colegio o qué quieren ser de grandes. El Paco sigue. Se quiere poner de novio, dice boludeces. El Pelu se encula y quiere manotearle el teléfono. El Paco lo empuja. El Pelu le pega en el brazo de nuevo y casi se lo saca. El Paco grita en el tubo:
—¡Te voy a chupar toda la concha, culiada! —y corta. No se ríe, nos mira y se tapa la nariz: el olor no se aguanta más.
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