jueves, 18 de septiembre de 2025

Puedo jugar con la locura





La locura, como tema, me apasiona desde niño. Era un fenómeno que ligaba la extravagancia extrema y la genialidad. Un camino que terminaba en el aislamiento y la muerte, pero también en la trascendencia de una obra unida íntimamente a la figura del genio, una especie de romanticismo alemán. La locura era la cosa que te hacía genio, no una enfermedad.

Recuerdo el título del disco de Iron Maiden Can I play with madness? y una, ahora distorsionada, escena documental donde vi a Dalí de púber, dentro de una pileta del lavadero de su casa, recordando que su madre le advertía tener mucho cuidado al jugar con la locura porque podía terminar encontrándola. Jugar era llamarla, o construirla. Eso, precisamente, es lo que hicimos varios en nuestra adolescencia de los años noventa: coquetear con la locura, desearla, usarla como distinción de superioridad social, aunque no económica, y para seducir chicas.

Más allá de que muchos de nosotros teníamos -o estábamos terminando de madurar- algún trastorno mental, la locura era cool, bella, divertida y casi no podíamos presumir artistas sin creerlos locos. Con los años, esta concepción desapareció, pero vuelve a aparecer ahora en cada exposición de Instagram, en algunos memes autorreferenciales, en contar intimidades en videos de quince segundos; pero, además de ser puro postureo, se trata de exageraciones de rasgos comunes, de dolencias agudas impuestas por el nivel de vida que se nos exige, o simplemente el mal entendimiento y uso de términos psicológicos, sobre todo aquellos provenientes de nuestra arraigada cultura existencialista-psicoanalítica. Las redes son la infantilización (en el habla) y la adolescencia (como valor) de adultos que se ven fagocitados por los códigos de quienes mandan: los generadores de memes (en el sentido primigenio, el de Richard Dawkins).

Estoy tentado a decir que quien juega con la locura, ya está loco, pero eso no es del todo correcto. El concepto de locura, que ya no se usa y popularmente perdió mucha fuerza y mucho de su significado, sigue representando algo especial para la gente, se sigue considerando que un poquito de locura está bien, que uno es mejor persona, artista, visionario, profesional o empresario si tiene alguna tara. Lamentablemente, esto sigue socavando el paupérrimo sistema de salud pública, sobre todo el de la salud mental, y la psicoeducación de la ciudadanía que sufre las consecuencias.

Y la locura ahí lo más campante, sin levantar su prevalencia, pastando plácidamente como una vaca sin alma, eligiendo a los suyos.

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