lunes, 20 de octubre de 2025

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Varios niños de Boca Ratón, 

los viernes detrás del loco Randy, 

su disfraz de payaso:

flotante edredón hasta sentarse

en un banco de Pach Reef Park,

la luminosa acera. 


Le colgaba al viejo un cigarro 

hasta dormirse. 

Los críos lo pateaban,

le escupían el traje, 

le ataban el sombrero a los aros de basquetball.


El loco Randy, 

recuperado con la siesta, 

daba lumbre a otro de sus largos vicios,

limpiaba la peluca,

el amasijo de plástico violeta.


Los pantalones bombachos hacia el aparcamiento, 

hacia la única cabina telefónica

en seis calles a la redonda.


Randy

se sacaba los largos zapatos 

y hablaba allí dentro

por horas.

Nadie supo jamás a quién telefoneaba.

A veces se torcía a carcajadas. 


Antes de venir a California,

fui uno de los niños de Boca. 

Una tarde amarilla lo vi llorar,

golpearse la cabeza con el tubo 

en la caja de cristal,

tocar la sangre, la contusión.

En la alegría del parque,

el silencio de los condominios 

recortaba el cielo ondulante

del Pach Reef Park.

El sol bajó

y el Mustang aparcado minutos antes,

se retiró impecable 

dejándolo tirado para siempre.


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